VOLUNTARIADO CULTURAL: UN CAMINO SOLIDARIO HACIA EL SIGLO XXI

24.05.2012 13:56

 

 

 

 

 

Daniel Capllonch - Noviembre de 2003


 

   No cabe duda que la experiencia que vivió Galicia a la entrada del siglo XXI, cuando sus costas fueron invadidas por una marea de fuel, ha contribuido enormemente a popularizar en España la figura del voluntario. Una avalancha blanca se unió para limpiar aquellas tierras y los medios de comunicación jugaron un importante papel en la difusión de lo que se convirtió en todo un fenómeno social. Hoy podemos hablar de voluntariado en cualquier de sus ámbitos e identificar dicho concepto con la experiencia de algún conocido, el relato de un amigo o, en muchos casos, con la vivencia propia.

   Entre las múltiples definiciones, encontramos como generalmente aceptado que: «Voluntario es la persona que, por elección propia, dedica una parte de su tiempo a la acción solidaria y altruista, sin recibir remuneración por ello». Voluntario proviene del latín, del verbo volo («querer»), y hace referencia a la potencia del alma que mueve a hacer o no una cosa. Desde jóvenes enérgicos hasta padres de familia, jubilados, amas de casa, personas venidas de todos los estamentos sociales, hombres y mujeres con diferentes creencias religiosas, trabajadores, estudiantes... todo un mosaico humano en acción que se presenta como una «respuesta solidaria para el siglo XXI». Pero... ¿respuesta a qué? Tal vez a la pregunta que surge al recoger los datos de la situación del mundo en los inicios de este milenio: ¿qué pasará mañana? ¿Qué deparará el futuro? Y es que hoy en día, las problemáticas sociales y humanas son numerosas y requieren una solución, en muchos casos inmediata. Ya no son únicamente una obligación de los gobiernos y administraciones públicas, son problemáticas globales, que, en su mayoría, tienen su causa y su solución en el seno mismo de nuestras sociedades... la raíz está en el hombre. El voluntariado es la respuesta de parte de esa sociedad, que consciente de su responsabilidad y sensibilizada por las diferentes problemáticas, entrega algo de su tiempo y experiencia en pro del bien común, sin pensar en el beneficio propio.

   Paralelamente al desarrollo del voluntariado, en España se ha dado un aumento del tercer sector1, que se ha intensificado en la última década del siglo XX. Asociación, fundación, ONG... son conceptos íntimamente ligados a la acción voluntaria y son la cuna y el lugar de desarrollo del voluntariado. No debemos obviar que existen, además, administraciones públicas que impulsan proyectos de voluntariado a través de sus respectivas políticas sociales, culturales, etc.

  Actualmente hay más de 250.000 ONLs (Organizaciones No Lucrativas) en nuestro país; en ellas desarrollan su labor cerca de tres millones de voluntarios, de los cuales un millón lo hace durante más de 4 horas semanales2 (en las Islas Baleares, según un trabajo realizado en el año 2000, ejercían el voluntariado alrededor de 85.000 personas; de ellas, cerca del 40% dedicaba más de 5 horas semanales3). Y es que al igual que no podemos hablar de la acción de la mano aisladamente de las articulaciones del brazo y de los músculos que la mueven, del corazón que bombea la sangre que le da la vida y de la mente que la coordina con el resto del cuerpo, tampoco podemos entender la acción del voluntario aisladamente, desligado de las organizaciones. La Ley Estatal 6/1996 de 15 de enero, que regula el voluntariado en España, dice en su artículo 3 que las actividades de voluntariado son aquellas: «Que se desarrollen a través de organizaciones privadas o públicas y con arreglo a programas o proyectos concretos», así mismo: «Quedan excluidas las actuaciones voluntarias aisladas, esporádicas o prestadas al margen de organizaciones públicas o privadas sin ánimo de lucro, ejecutadas por razones familiares, de amistad o buena vecindad».

   Esto se debe a que actuar a través de una organización va a dar mucha mayor fuerza de acción y multiplicará los efectos gracias al trabajo en equipo (sinergia). Además otorgará una mayor garantía de continuidad, posibilitando la formación del voluntario en la búsqueda de una especialización de calidad que sea eficaz. Junto a todo esto, va a permitir una enriquecedora interrelación de los voluntarios, fomentando modelos de coordinación y cooperación. Así mismo, la adscripción a una organización implica un compromiso específico en la medida de las posibilidades de cada uno, en el cual quedan claramente manifestados los derechos y deberes que recíprocamente se asumen en la realización de un proyecto.

   Es importante, al hablar de voluntariado, reconocer el valor de las acciones de interés general4 que lleva a cabo, pero a su vez debe destacarse otro aspecto no menos importante: el fomento de valores. Este ámbito «educacional» posee un importante aspecto de acción preventiva a largo plazo. Tal y como apunta el Balance de Ejecución del Plan Estatal del Voluntariado: «El voluntariado cultural, deportivo, medio ambiental, etc. tienen una gran relevancia, no sólo por el indudable valor de las acciones que realizan, sino también porque pueden entenderse como una escuela de valores en que los jóvenes, y en general, todos los colectivos de cualquier edad, aprendan principios como el de la solidaridad, la ayuda altruista, la participación y el compromiso»5. Así pues, cabe resaltar esa doble direccionalidad del voluntariado -en todos sus ámbitos de acción-: a la vez que uno entrega parte de su tiempo, conocimiento y experiencia, recibe una serie de elementos del mismo género, lo que crea un circuito dinámico y abierto que se resume en un continuo dar y recibir, en el cual, el enriquecimiento siempre es mutuo.

   Tras haber desarrollado los dos elementos esenciales de este tema (voluntario-organización), nos vamos a centrar en el voluntariado cultural, tal vez menos difundido a nivel general que otras modalidades pero que, no obstante, ya cuenta con un importante desarrollo en nuestro país. El voluntariado cultural es una forma de recuperar, conservar, difundir y acrecentar el patrimonio cultural de los pueblos del mundo, abarcando las culturas tradicionales y modernas, las diferentes corrientes artísticas, científicas o de pensamiento, que a lo largo de la historia han sido y son la expresión de las distintas concepciones que el ser humano ha tenido de sí mismo, de su entorno y del universo que le rodea.

 

   Dado lo amplio del concepto, cabe especificar qué es el Patrimonio. La palabra deriva etimológicamente del latín (pater) y se refiere inicialmente a la herencia recibida de los padres. En su sentido más amplio, el patrimonio cultural abarca desde la expresión arquitectónica, artística y documental, hasta las costumbres, creencias, mitos, fiestas y ritos de una sociedad. Este patrimonio, que se ha desarrollado en un espacio temporal de la historia, es aún accesible o susceptible de ser recuperado. Es, por lo tanto, la herencia que hemos recibido del pasado y que se constituye en la base de nuestra propia identidad; es el vehículo de expresión de la memoria individual y colectiva de la humanidad, que le permite reafirmarse y reconocerse, constituyéndose así en un apoyo indispensable para proyectarse hacia el futuro. Según una de las definiciones aportadas por la UNESCO: «La memoria es un motor fundamental de la creatividad: esta afirmación se aplica tanto a los individuos como a los pueblos que encuentran en su patrimonio -natural y cultural, material e inmaterial- los puntos de referencia de su identidad y las fuentes de su inspiración».

   El patrimonio cultural se ha subdividido en dos ámbitos por su doble naturaleza: material o tangible e inmaterial o intangible. El primero se refiere a todos los objetos y construcciones que forman parte de la historia de un pueblo: monumentos, libros, objetos, sitios arqueológicos, sitios naturales, etc. Desde 1959, con el proyecto internacional motivado para salvar los templos egipcios de Abú Simbel, las leyes y los estados recogen medidas para su conservación y mantenimiento, y son la primera imagen que nos viene a la mente cuando pensamos en el «Patrimonio Histórico de la Humanidad».

   Por su parte, el patrimonio intangible es el que no se puede pesar ni medir, porque no es material. Esa condición efímera lo hace sumamente extinguible. Este sector del patrimonio ha comenzado a revalorizarse en el siglo XX, pues la globalización de la cultura occidental materialista, en su aspecto negativo, ha provocado que en muchos casos las tradiciones orales, los valores, las creencias, las fiestas y los conocimientos técnico-artesanales, se diluyan en el deslumbrante apogeo del progreso tecnológico: «el patrimonio intangible representa la fuente vital de una identidad profundamente arraigada en la historia. La filosofía, los valores, el código ético y el modo de pensamiento transmitido por las tradiciones orales, las lenguas y las diversas manifestaciones culturales constituyen los fundamentos de la vida comunitaria. La índole efímera de este patrimonio intangible lo hace vulnerable ¡Es apremiante ponerse manos a la obra!» (UNESCO).

   Visto todo lo anterior, tenemos ya una primera directriz por la que se orienta la labor del voluntariado cultural. De la misma definición de la palabra patrimonio, podemos extraer los numerosos campos de actuación: conservación y promoción del patrimonio tangible mediante limpieza de monumentos, conservación y gestión de los bienes culturales materiales, trabajos de estudio e investigación, catalogación, restauración, ayuda en el campo arqueológico, organización y fomento de visitas a museos, creación de fondos artísticos que constituyan el «patrimonio» del futuro, y un tan largo etcétera como iniciativas y necesidades vayan surgiendo. Con respecto a su segunda acepción -patrimonio intangible-, se realizan actividades como el estudio y difusión del pensamiento de los distintos pueblos y culturas, la recuperación y salvaguarda de conocimientos, usos, costumbres, tradiciones, valores, etc. que no hayan sido escritos o que por su condición sólo puedan ser aprendidos a través de la experiencia vital, desde lenguas de carácter minoritario o técnicas artesanales hasta la medicina natural y algunas formas artísticas. Como ejemplos ilustrativos, forman parte del listado de Obras Maestras del Patrimonio Oral e Intangible recientemente ampliado por la UNESCO: la tradición de la recitación védica (India), el teatro de marionetas Ningyo Johruri Bunraku (Japón), la epopeya Al-Sirah al-Hilaliyya (Egipto), la práctica en trabajo de madera de los zafimaniry (Madagascar) o los cuidados que prodigan médicos itinerantes que utilizan casi un millar de plantas (Sudamérica).

   En otro orden de cosas, en el ámbito de la recuperación, conservación y difusión del patrimonio, el voluntario cultural tiene una misión determinante a través de la educación no formal, un concepto relativamente reciente con el que ya se está trabajando en importantes foros nacionales e internacionales. Surgió aproximadamente en los años setenta, cuando se dio un cambio, o mejor dicho, una ampliación, de la definición de educación. Así, se postularon tres formas básicas de aprender y de educar.

- La educación formal: es aquella que se recibe a través del sistema educativo reglado. Son los diferentes programas de estudios que se siguen en colegios y universidades y que abarcan un aspecto del conocimiento principalmente teórico, aunque en los últimos años se están revalorizando los aspectos prácticos. Esta modalidad educativa es, y debe seguir siendo, la base del aprendizaje.

- La educación informal: se define como una educación dejada «al azar», fuera de la planificación y el método formativo del educador. Son aquellos aspectos cuya influencia en nuestro aprendizaje ya nadie puede negar: ámbito familiar, televisión, prensa, amistades, entorno social y cultural, etc.

- La educación no formal: se desarrolla fuera del organigrama oficial que los diferentes gobiernos establecen para el desarrollo académico (educación formal). En ella se incluyen todas las variedades de instrucción promovidas conscientemente, donde la situación de aprendizaje se busca por ambas partes (emisor y receptor). Son características que identifican la educación no formal las actividades que sean:

  • organizadas y estructuradas (de otro modo serían clasificadas como informales);

  • diseñadas para un grupo y una meta identificables;

  • organizadas para lograr un conjunto específico de objetivos de aprendizaje;

  • no institucionalizadas, llevadas a cabo fuera del sistema educacional establecido y orientadas a estudiantes que no están oficialmente matriculados en la escuela (aun si en algunos casos el aprendizaje tiene lugar en un establecimiento escolar).

   «La educación no formal es una actividad educativa organizada fuera del sistema formal establecido y cuyo fin es servir a una clientela de aprendizaje identificable con objetivos de aprendizaje identificables. Si bien la educación formal tiende a ocuparse principalmente del desarrollo de los conocimientos, la educación no formal se ocupa de una base más amplia de desarrollo, inclusive los valores, las actitudes y las aptitudes para la vida de la persona. A menudo, el énfasis se pone en la responsabilidad personal y el compromiso al desarrollo y crecimiento propios. El aprender a través de la educación no formal se basa en la experiencia directa, esto es, aprender probando, haciendo cosas, en lugar de hacerlo por lo que ha leído o lo que le han dicho. Además es progresivo, continúa sobre lo aprendido previamente» (UNESCO). A través de esta educación no formal, que exige a su vez una planificación de objetivos y una organización de recursos, el voluntariado cultural puede proyectar, planificar y desarrollar un sinnúmero de actividades, que no implican necesariamente desplazarse fuera de su localidad de residencia, convirtiéndolo en una modalidad sumamente asequible para el público general, así como en un agente activo en el seno de su propia sociedad. Las acciones van desde talleres de alfabetización, formación laboral, artísticos y artesanales, hasta actividades deportivas, lúdicas y de tiempo libre, cursos de idiomas, apreciación musical y corales, etc., siempre teniendo en cuenta que esta labor dinamizadora nunca podrá sustituir al trabajador remunerado ni entrar en conflicto con los otros sectores de la sociedad (público y privado).

   Al hilo de estos argumentos, diremos que la cultura y la educación determinan el desarrollo de una sociedad, tal y como nos ha demostrado la historia. Hoy día, estos pilares sociales no son ya una responsabilidad exclusiva de los gobiernos o estados: «considerar que la cultura es algo que se otorga y se protege únicamente por parte de los poderes públicos, supone desatender, cuando menos, dos exigencias diferentes; la del ordenamiento jurídico y la de la sociedad española en su conjunto... se considera necesario propiciar nuevas vías que permitan la participación de los ciudadanos en actividades que mejoren la accesibilidad al conocimiento y disfrute de los bienes culturales...», tal como se estableció en 1995 en España, la Orden Ministerial en la que se regula el voluntariado cultural «basado en los principios de una prestación altruista, solidaria, gratuita y libre, que se canaliza por medio de asociaciones civiles sin ánimo de lucro»6. 

 

   Promoviendo la cultura se aportan las herramientas y valores necesarios que caracterizan al ser humano: dignidad, respeto, solidaridad, responsabilidad, generosidad, tolerancia... El objetivo es obvio: dar la oportunidad de convertirse en el artífice de la propia experiencia vital, fortalecer el complejo entramado de sentimientos y pensamientos que capaciten a cada persona para un verdadero ejercicio de la libertad. En el documento titulado La Educación de los Jóvenes: la declaración en los albores del siglo XXI se dice: «La educación es un proceso de por vida que favorece el florecimiento permanente de las aptitudes de toda persona como individuo y como miembro de la sociedad». En esta definición, la educación reposa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser. En todo ello, juega un papel preponderante la educación no formal: «Los programas de educación no formal pueden organizarse exactamente donde se necesiten y enseñar una variedad de cosas que pueden ser de utilidad e interés particular para el grupo de personas involucrado. La educación no formal tiende a ofrecer las aptitudes que más hacen falta para confrontar las exigencias de la vida cotidiana»7.

   La educación se nos plantea en el siglo XXI, según las conclusiones del Foro Mundial de la Educación (UNESCO; Dakar, 2002), como el puente con el que cruzar hacia nuevos horizontes de futuro más solidarios, pluriculturales y válidos. Sólo con una sólida formación humana, desarrollada y aplicada en lo cotidiano, se podrá dar vida a esa esperanza que, gracias a la acción de millones de voluntarios de todos los ámbitos, comienza a convertirse en una realidad.

Daniel Capllonch

Gestor de ONLs y Promotor de Voluntariado

 

 

 

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